LA EMOCIÓN DE SOBREVIVIR EN UN TIEMPO Y EN UN MUNDO QUE NO RESPETAN REGLAS NI LÍMITES ES EL MEJOR PRODUCTO QUE NOS REGALA LA VIDA – Presencia en puebla

LA EMOCIÓN DE SOBREVIVIR EN UN TIEMPO Y EN UN MUNDO QUE NO RESPETAN REGLAS NI LÍMITES ES EL MEJOR PRODUCTO QUE NOS REGALA LA VIDA

REGALO DE ABUELA

De pronto, y sin haber tenido ninguna previsión al respecto, las cosas en aquel hogar de casados que hacía muy poco habían traspasado los límites de la edad adolescente empezaron a girar en torno. Fueron novios casi desde la niñez, porque sus familias eran vecinas inmediatas en aquel barrio de los más antiguos del pueblo originario; y ahora, ya unidos por lo civil y por la Iglesia, de seguro andaban en busca de descendencia.

Pasaron los meses y empezaron a pasar los años. El anhelo derivó en ansiedad y ésta cuajó en angustia. ¿Pero qué hacer para que se abriera alguna perspectiva? La abuela de ella, en cuanto empezó a aparecer la relación amorosa entre ellos, los comenzó a tratar como hijos, y antes de morir los llamó:

–Sé lo que más quieren en la vida: tener niños propios. Les prometo enviarles uno desde el lugar al que me dirijo.

Ellos la oyeron, creyendo que aquellas palabras eran sólo un anticipo de la agonía; y por eso cuando, apenas unos días después de aquella muerte, se hizo patente el embarazo, la sorpresa de la pareja fue inocultable.

–Si es niña se llamará Bienvenida y si es niño se llamará Fidelio –dijo él, radiante.

–No, si es niña se llamará Aurora y si es niño se llamará Visitación –dijo ella.

–Para mí, lo que verdaderamente importa es que llegue a nosotros… –recalcó él.

Y fue como si la abuela los oyera donde estaba, porque fueron gemelos: un niño y una niña. ¡Aleluya!

TODOS LOS DÍAS AMANECE

–Dejemos siempre corrida la cortina de la ventana de nuestro dormitorio, para que la luz nos llegue desde el primer instante aunque estemos dormidos –le dijo él a ella, ya cuando iban a acostarse.

–Pues a mí no me importa ni lo uno ni lo otro; así que podés hacer lo que querrás.

En el amanecer siguiente la claridad pareció asomarse más pronto de lo que era acostumbrado, y mientras él roncaba apaciblemente ella estaba incorporada en la cama, con los ojos abiertos desde hacía ya un buen rato.

Se levantó sin hacer ruido, para no despertarlo; pero en cuanto lo hizo, él se incorporó con gesto de satisfacción:

–¿Despertaste antes que yo, verdad? Te sentí, y no dije nada. Me gusta que lo hagás, para que te acostumbrés a esperar que el sol asome, porque es nuestro mejor aliado… Aquel día un compromiso nocturno los esperaba: el cumpleaños de una prima de él, que era demandante al máximo, y que no les perdonaría que no fueran. Y lo hicieron, por supuesto. Fue un jolgorio con muchas bebidas. Bastante pasada la medianoche ellos dos se retiraron, bamboleándose.

Ya en su cuarto, se acomodaron en la cama sin desvestirse, y se durmieron en ese mismo instante. ¿Cuánto tiempo estuvieron así? Hasta que ella abrió los ojos. El sol entraba a raudales por la ventana. Sin embargo, volvió a dormirse.

¿Despertarían en algún momento? Había que ver, porque el sol no perdona.

TODOS LOS DÍAS ANOCHECE

En la oficina donde trabajaba todas las miradas masculinas iban detrás de ella, que en verdad tenía una apariencia física de gran atractivo; pero su modo no permitía que nadie se le acercara, y mucho menos con intenciones románticas.

Sin embargo, cuando aquel joven licenciado llegó a la misma área de trabajo las cosas comenzaron a dar un giro: fue ella la que empezó a seguirlo, primero con las miradas y luego con los pasos.

–Mirá cómo le está yendo a aquélla que te conté, y bien merecido se lo tiene –le dijo otra de las empleadas a la que tenía el escritorio a la par–: ese licenciado que llegó hace poco no le para bola: él a quién le presta atención es a mí…

Todos terminaban tarde sus labores de trabajo, por la naturaleza del mismo; y ese día ellos dos, el licenciado y la que lo seguía constantemente, fueron los últimos presentes. Y de pronto, como suele ocurrir en invierno, se fue la energía eléctrica.

Ninguno de los dos tenía lámpara a la mano, y no había a quién pedírsela. Estaban en silencio, a la expectativa de que la claridad artificial volviera. Pero eso no se dio.

Entonces, una voz desconocida llegó hasta ellos:

–Bueno, ahora es a ustedes a quienes les toca entenderse: ¿Quieren o no quieren?

Él no se atrevió a decir que no y ella no se atrevió a decir que sí.

–Entonces, son la pareja perfecta. Las mejores cosas de la vida se alcanzan en silencio; y si es de noche, mejor todavía.

LA NUEVA FAMILIA

Las aguas del río fluían, como siempre, de día y de noche, sin descansar ni un segundo. Y desde que él empezó a tener uso de razón, aquel fluir de las aguas le había calado hasta la profundidad de la conciencia, como si el río y la conciencia fueran hermanos gemelísimos. Y al final de la adolescencia, cuando los padres se alejaron repentinamente de este mundo luego de un accidente de carretera, él, que era hijo único, heredó la hacienda a la orilla del río.

Su primera intención fue deshacerse de ella, como si quisiera huir de su pasado, pero una fuerza escondida le paró el impulso. Y, por el contrario, volvió con más frecuencia a aquellas tierras y sobre todo al río fluyente en uno de sus límites, el de acceso. Y en una de esas llegadas se encontró ahí con una desconocida, que parecía andar en busca de algo o de alguien.

–Señora, disculpe, nunca la había visto por aquí. ¿Necesita que alguien le preste alguna ayuda?..

–Gracias, porque yo lo que quiero es caminar entre la espesura de los árboles, oyendo desde lejos el eterno murmullo de las aguas… ¿Me acompaña, si es tan gentil? En ese justo instante se le activó a él la profunda convicción de que aquella señora era la hacienda encarnada, que se le aparecía para fortalecer la alianza entre ellos, y entonces la invitó con un gesto familiar a internarse en la espesa y aromática vegetación.

AQUÍ TODO ES ETERNO

–Estoy solo en la vida, y tengo que acostumbrarme a esa desolada condición.

–¿Por qué lo decís así? No estás sólo del todo: me tenés a mí.

–¿Y vos quién sos? Apenas acabo de conocerte.

–Puede ser que yo sólo sea una imagen, pero nos llevamos de lo mejor.

Ahí se detuvo la conversación, como pasaba todas las noches antes de entrar en la onda del sueño, que era lo que en verdad podían compartir.

Esa noche, al conciliar el sueño, el solitario se puso a buscar a su nuevo amigo en los alrededores, donde imperaba una perfecta soledad. Después de un buen rato de búsqueda inútil, fue a acomodarse bajo el árbol más frondoso.

De seguro pasaron muchas horas, hasta que llegó el momento de despertar. Lo hizo, y al hacerlo se topó con que su nuevo amigo estaba frente a él, soñoliento.

–¿Dónde pasaste toda la noche? –le preguntó con un cierto retintín–. Te anduve buscando y no estabas por ninguna parte…

–Ay, muchacho, ya veo que te va a costar habituarte a estar aquí y allá al mismo tiempo. Quizás lo mejor es que yo desaparezca de una vez, al menos por ahora.

Y al decirlo, todo lo que estaba alrededor se esfumó, y ambos quedaron solos. La conversación empezó a fluir. En torno a ellos, unos pájaros desconocidos volaban sin cesar. ¿Dónde estaban? En la vigilia intachable.

–¿Dónde estamos hoy? –preguntó el joven que no parecía entender nada.

–En lo que ustedes llaman «el diario vivir». Cuesta concebirlo así, ¿verdad?

¿Y DÓNDE ESTÁN LAS LLAVES?

–Quiero ir al cuarto donde están las cosas valiosas de los abuelos, pero no encuentro las llaves. ¿Sabés vos dónde están?

–¿Y yo cómo voy a saberlo, si soy la más chiquita de los hermanos, y a mí ya no me pelan en esta casa, ni mis papás ni ustedes?

–¿Ustedes? ¿Y quiénes son esos a los que llamás «ustedes»?

–Los varones, los que lo saben todo y lo pueden todo…

–Pero en ese mismo saco estás metiendo a nuestra mamá, que no es varón.

–Ah, bueno, pero es que ella está ahí como de colada.

Así quedó la cosa. Y cuando ella ya no los vio a su alrededor se movió hacia el estante donde se acumulaban las cosas inservibles. Metió la mano hasta el fondo y al sacarla traía en ella un llaverito insignificante, que sólo tenía dos llaves que eran la misma y que parecían de juguete.

Con rapidez se fue hacia el cuarto de los abuelos y por más que lo intentó no pudo abrir la puerta de ingreso. Ante tal imposibilidad, ya podía estar tranquila: sus abusivos hermanos no podrían arrasar con las cosas valiosas de los abuelos…

Pero ellos no se dieron por vencidos: un par de días después, ya los técnicos estaban en el lugar, revisando la cerradura para desbloquearla.

La puerta se abrió por fin, y los presentes pudieron observar que el interior se hallaba completamente vacío. ¿Y las cosas valiosas de los abuelos? Desde algún lugar ellos sonreían, alzando una llave para ofrecérsela a su nieta meno

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